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Los arhuacos siembran esperanza para los niños y jóvenes de la Sierra Nevada



“Conservar nuestros bailes, músicas, historias, artesanías y dar vida a nuestra cultura”, dice Salabata Coronado, de 17 años. Ella es arhuaca, de la comunidad de Simonorwa. Hace parte de los 25 jóvenes que conforman la iniciativa ‘Mambrú no va a la guerra, este es otro cuento’ en la Sierra Nevada de Santa Marta, un proyecto de la Agencia Colombiana para la Reintegración que busca prevenir el reclutamiento de niños, niñas, jóvenes y adolescentes.


Para el pueblo arhuaco conservar y salvaguardar sus tradiciones se ha convertido en un criterio que organiza las dinámicas al interior de la comunidad, especialmente con las personas más jóvenes, de esta manera, los mamos, autoridades espirituales de la sociedad arhuaca, trabajan diariamente para que las presentes y futuras generaciones mantengan sus costumbres, apropien su territorio como espacio sagrado e interioricen la responsabilidad y los roles que deben asumir en el cuidado del territorio.


La comunidad considera la música y la danza no sólo como prácticas tradicionales, sino también espirituales, que les permiten celebrar y agradecer a la madre tierra por ser su resguardo. Para ellos, la Sierra Nevada es el corazón del mundo y cada ser que ocupa un lugar en ella como las plantas, los animales y las piedras, son espíritus de luz. Cada uno de ellos tiene un valor único y potente que agudiza la hermandad de la comunidad indígena y orienta las decisiones de interés, llevando todo a un nivel profundamente espiritual.




Salabata asiste a los encuentros que se organizan en el marco de los talleres de ‘Mambrú’. Ha aprendido sobre la construcción de los instrumentos musicales tradicionales como el kuisi (clase de gaita) y la interpretación ancestral dada a la música y los bailes. Cada ritual evoca un momento específico de la vida en el resguardo, como la siembra, la comunicación con la naturaleza y el tributo a lo sagrado.


Ahora, con los demás niños y jóvenes, recibe formación musical y práctica cinco danzas tradicionales. “La danza del mako”, personaje conocido como el papá de la yuca, que representa la abundancia de la siembra. “La danza del Kankurwa”, que es un templo sagrado y recinto de sabiduría: allí viven los mamos, se bautizan los niños y se bendice la comida. “La danza del Jwi”, que es el astro del sol, nacido para ellos en la Sierra. “El baile del Tikiki”, que representa la golondrina que después del verano anuncia lluvia y “la danza del Winsi”, un sapito diminuto al cual se le atribuye la responsabilidad de darle la vuelta al mundo, para ellos las ranas son los primeros cantores, los creadores de la música.


Esta iniciativa apoyada por la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR), busca que los niños y jóvenes fortalezcan su sentido de pertenencia por sus tradiciones y encuentren en su territorio entornos protectores que les permitan ser líderes comunitarios, conservar sus leyes de origen y empoderar conocimientos que los proyecten como gestores de paz dentro de su comunidad.


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