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Prácticas indígenas que sobreviven en la ciudad


Diana González es una gestora social que ha trabajado día a día por reconocerse en un lugar que al principio no sentía propio, la ciudad. Su comunidad valora su labor: la de una mujer que con entereza busca transformar vidas desde el mantenimiento de sus prácticas indígenas.


Hace 5 años Diana llegó a Villavicencio desplazada por la violencia. Vino desde el departamento de Vaupés con sus dos hijas; su esposo había llegado unos días antes para tener un lugar dónde ubicarse. El principio no fue fácil, sólo hasta hace poco tiempo tiene una casa propia. Hoy viven en Villavicencio en el barrio La Madrid donde se ubican otras 23 familias multiétnicas desplazadas.


“Cuando yo llegué acá lo único que traía eran las tres mudas de ropa de mis hijas”. La incertidumbre del desplazamiento por motivos violentos retrata el dolor de dejar atrás una tierra que guarda memorias, familia y vivencias, para enfrentar un nuevo lugar con dinámicas de vida que son ajenas. Para Diana, perteneciente al grupo étnico cubeo, mantener lo que la hace indígena en este territorio ha sido un derecho que ni las circunstancias ni el tiempo le han podido arrebatar, por eso a diario cultiva en sus hijas el amor por sus tradiciones, por sus raíces. “Yo le hablo a mis hijas en dialecto, preparo las comidas tradicionales, recordamos los aprendizajes de los abuelos en la maloka y eso ha hecho que a ellas no les dé tan duro la ciudad”.



En el patio trasero de su casa tiene una huerta con plantas, cuyos nombres en español no conoce, pero que sabe con exactitud para qué sirven: dolores de estómago, gripa u otros malestares. Es común que se reúna con las vecinas en una maloka improvisada que tienen en el barrio, allá preparan casabe y otros alimentos derivados de la yuca. Trabajan y viven de manera colectiva, al estilo de la minga, como lo hacían en lastierras que dejaron atrás.


Recordar el dolor y el pasado sin resentimiento ha sido una forma de renacer para esta mujer que lidera varios procesos en su barrio. Ella hace parte del proyecto Mambrú no va a la guerra, este es otro cuento, iniciativa que busca brindar acompañamiento a los hijos e hijas de las familias indígenas desplazadas que habitan en el sector, priorizando la conservación de la tradición oral indígena en el barrio La Madrid.




Las condiciones económicas son una barrera para que los padres puedan ofrecer a sus hijos posibilidades recreativas. Por tal razón, trabajar en el adecuado aprovechamiento del tiempo libre se ha convertido para Diana en una prioridad: “nosotros les hemos estado guiando, han aprovechado los eventos y ahora están involucrados en la danza del Carrizo que es de los Cubeos”.


La mayoría de comunidades indígenas que residen en el sector son curripacas y cubeas, provenientes de los departamentos del Vaupés y Vichada.


Texto: Laura Rodríguez/David Fayad

Fotos: David Fayad


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