“Mi sueño siempre ha sido estudiar medicina, quiero ayudar a las personas, quiero ser parte del cambio y de mejorar su calidad de vida”
Wilfran Castañeda, integrante del grupo de danza.
La fundación abre sus puertas, Juan Campusano, instructor de baile, conecta su USB al computador, ubica la carpeta “salsa” y el volumen de la música sube mientras él tararea algunas canciones, dando tiempo de llegar a las parejas de baile. Sin haber dado inicio a la jornada, la música invita a que los pies se muevan al ritmo de la canción. Cuando Juan da el aviso para empezar, los jóvenes se ponen en posición, entonces marca la coreografía: “1, 2, 3 vuelta, 4, 5, 6 regresa”, las parejas corean e imitan los pasos mientras repiten los movimientos. Entre equivocaciones, repeticiones y aciertos, risas van y vienen, este espacio es para la diversión, el esfuerzo y el aprendizaje en equipo.
Al suroccidente de Bogotá se encuentra la localidad de Ciudad Bolívar, donde se ubica la Fundación Manos Creadoras. El espacio funciona como escenario cultural para niños y niñas del barrio. Allí ha llegado la estrategia ‘Mambrú no va a la guerra, este es otro cuento’, fortaleciendo la apuesta de danza que se desarrolla en la fundación, y que cuenta con la participación de más de 43 jóvenes de la localidad. El ensayo dura dos horas y una vez finaliza, el espacio se reorganiza: es tiempo de que la pista de baile se convierta en un comedor comunitario.
Éste, al igual que muchos otros barrios, está dividido por fronteras invisibles, nombre dado a las calles donde la violencia, las pandillas, las bandas criminales y el expendio de drogas han censurado la entrada de unos u otros. Estos territorios son zonas de guerra que mantienen a los padres de familia en alerta frente al cuidado y la protección de sus hijos.
Esta iniciativa de baile se ha convertido en un espacio donde los jóvenes no solo reciben formación en danza sino que a través de talleres y acompañamiento, conocen los factores de riesgo a los cuales están expuestos, sus derechos y las oportunidades que tienen para emprender un proyecto futuro donde ser médicos, ingenieros, artistas o carpinteros son tan solo algunas de las profesiones posibles; se viene a bailar pero también a imaginar una vida, a pensar un futuro. “Mi sueño siempre ha sido estudiar medicina, quiero ayudar a las personas, quiero ser parte del cambio y de mejorar su calidad de vida” dice Wilfran Castañeda, joven de 16 años, integrante del grupo.
Hoy, en los cerros de Ciudad Bolívar se respira salsa y música folclórica, ritmos que motivan a los jóvenes del sector a pensarse diferente, a reconocer su verraquera para ser ejemplo de cambio y liderazgo dentro de su comunidad para empezar a borrar esas fronteras invisibles desde la paz cotidiana, desde el arte, desde la música. Hoy, nos invitan a todo un país a creer que en pequeñas y grandes acciones la paz sí es posible.
Texto: Laura Rodríguez/ David Fayad
Fotos: Laura Rodríguez